La Armadura Amarilla y la Túnica Naranja

Mientras afilaba su espada, la lechuza entró con un sobre. Lo dejó caer frente a él y se fue. El Guerrero Dorado abrió el sobre sabiendo que lo estaban llamando por quinta vez para preparar aquel campo de entrenamiento, donde el futuro se preparaba para ser futuro. Por tercera vez, le pedían que cambie su armadura por una especial para aquella ocasión.
Recordó la primera vez que le pudieron le dieron una armadura verde, la segunda fue morada, la tercera fue amarilla. Este año usarían nuevamente las amarillas. ¿Qué tenían de especial? No daban más poder, ni te ponían en un lugar superior, sino que te daban la responsabilidad que un lugar específico dentro del campo.
Cuando llegó a aquella antigua y bella casona, otros 13 guerreros de armadura amarilla lo esperaban. El Guerrero Dorado no llevaba su indumentaria habitual, pero creía que su resplandor lleno de colores lo distinguiría. Se equivocó, todos tenían aquella luz. Eran iguales.
-Tardaste en llegar, Dorado –le dijo una de las de amarillo. Sus ojos destellaban amor.
-Tenía que cargar mis pilas –contestó.
-Sabemos que tu fuerza te hace mago, por lo que creemos que tu lugar este año va a ser de Cargador –dijo otro de los de amarillo. Sus ojos destellaban humildad.
-Y ella será tu compañera en esta tarea –dijo otra. Sus ojos destellaban Alegría.
Ya la conocía. Sus ojos destellaban luz.
-¿Qué pasó con el antiguo Cargador? –preguntó el de Dorado.
-Ahora soy la Sombra de los Momentos –respondió aquel de ojos destellantes de energía.
-¿Y quién heredará mi lugar? –preguntó el de Dorado.
-Yo, hermano. Soy el nuevo Guardián de las Puertas y el Sueño –dijo otro de amarillo. Ya lo conocía, era aquel que sus ojos destellaban amistad y lealtad.
Entonces salieron los 14 al balcón y se encontraron con los 100 guerreros de verde y celeste.
-¡San José! –gritó el humilde.
Estaba en pleno vuelo hacia el campo de entrenamiento, listo para cumplir su tarea, cuando la lechuza apareció junto a él. El de Dorado tomó la carta del pico del animal, y frenó su vuelo quedando en medio del cielo. Otros pedían su ayuda para superar un dolor. Debía elegir, estaba incómodo. Miró hacia un lado, luego hacia el otro. Dos caminos se abrían ante él. Lloró un momento y siguió el camino que ya había emprendido, pero no sin antes mandar un mensaje.


-Necesitamos 25 magos –pidió la de Luz.
Los 25 se prepararon y alzaron sus varitas. Entre esos 25 había personas especiales, que habían seguido al Guerrero Dorado desde la tierra lejana. Eran personas hermosas, llenas de amor por la armadura que llevaban puesta.
Entonces Dorado se paró en una persona especial. Sus ojos destellaban todas las luces al mismo tiempo, y no era necesario leer su mirada para saber que en aquel lugar él era el más fuerte, más rápido, más pequeño y más grande. Cuando comenzaron a cargar de energía a aquellos que tan bien se estaban preparando para el futuro, la energía que emanaba la pequeño gran persona era la más fuerte y luminosa de todas.


Cuando todo terminó, después de tres días de corridas, el de dorado se sacó la armadura y quedó sin protección alguna. Ya hacía mucho que llevaba aquella carga. Su resplandor natural se reveló por unos instantes. El naranja era natural en él, en la espalda cansada de amor, y la transpiración de alegría seca en su frente.
Otros de armadura amarilla se le acercaron e hicieron lo mismo. Y enseguida se acercaron los de armadura verde y celeste e hicieron lo mismo. Sus colores naturales se revelaron y todos sonrieron al ver lo distintos e iguales que eran.
-¡San José! –gritó el humilde, y los cascos volaron unos segundos. Los cascos brillaron en el aire, explotaron y un rosario se formó con miles de colores. La cruz nació al final, fruto del casco de aquel pequeño gran ser.


Ya estaba en su casa, cuando alguien tocó la puerta. El Rey entró con la confianza de saber que estaba en su casa.
-Yo no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya… -comenzó a decir el de Dorado, pero el Rey lo interrumpió.
-Todos son dignos de Mí, siempre que su corazón esté dispuesto a lucir mis colores. ¿Estás Listo?
-¿Para qué? –se preguntó el Guerrero Dorado.
-Para dejar de ser el Guerrero Dorado –contestó el Rey-. ¿O acaso no te das cuenta que esa armadura cansa tu espalda y desgasta tus fuerzas? Está bien que la uses cada tanto, cuando el tiempo te lo exige. Pero creo que llegó la hora de descansar y comenzar a usar la túnica.
-¿La que usé en mis comienzos?
-Esa túnica naranja es la que en algún momento te representó como el humilde pequeño gran ser. Ahora tendrás que perdonar, hacerte pequeño y confiar en quien te guía.
-Pero en vos confío ciegamente –se extrañó en Guerrero.
-Tu alma siempre tendrá la forma de un Águila Dorada, pero tu piel ahora será naranja. Te cubrirás de paciencia y dejarás de dudar de mi designio. No dejarás que nadie te golpee, seguirás luchando para que mi legado continúe en los que marcan el futuro y esperarás que llegue el mensaje que lleve a otros lugares. Mago Naranja, estoy orgulloso de tenerte en mis filas y hoy te pido que descanses para comenzar a entrenar otras almas con la fuerza de una armadura y la humildad de una túnica.
-… una palabra tuya bastará para sanarme –dijo el Mago Naranja antes de abrazar al Rey.
Dejó caer la Armadura Dorada, la acomodó y luego tomó la túnica que resplandecía en el nuevo color. Se sintió cómodo, como volviendo a casa. Le calzaba tan bien cómo en aquellos viejos tiempos en que la estrenaba.
Tuvo que pasar por mucho para darse cuenta que las armaduras pueden ser muy hermosas, pueden darte mucha protección y hasta hacerte más fuerte, pero que al final en el naranja siempre se sentirá más libre.
-Usa la armadura dorada cuando tengas que usarla, usa la amarilla cuando te llamen a usarla, y usa tu túnica naranja mientras vivas como uno de mis colores.
Una tormenta con rayos del color de la túnica comenzó a resonar en el exterior. Los ángeles festejaban por el viejo-nuevo mago.

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