DOS
Llovía mucho aquella noche. Caminaba tranquilo, el joven de ojos pardos. Estaba empapado, con frío, con ganas de terminar la jornada. Entonces el cielo comenzó a quejarse, luces, ruido, por doquier. Se apuró con el miedo que la tormenta empeorara. No llegó a dar el tercer paso, que se tuvo que quedar quieto. Fueron dos, dos rayos. Uno tras el otro, sin pausas, sin previo aviso. Lo dejaron sin sentidos. Sus ojos solo veían blanco, sus oídos perpetuaban un silbido agudo, y tenía la impresión de ya no sentir el frío de la lluvia. Cuando recuperó la vista, se dio cuenta del milagro que se había formado frente a él. Cuando recuperó el oído, se dio cuenta que no lloraba. Cuando recuperó el tacto, el frío y la humedad ya no importaban. Frente a él estaba todo lo que quería.