La Duda

-¡Sigues sacando fuerzas de mi ejército para llevarlo a otros! -gritó el superior-. Ya hace tres años que diriges esto conmigo, y no haces mas que reclutar para otros.
-¿Cómo que reclutar para otros? ¿No somos todos del mismo equipo?
-Me quitás fuerzas, las batallas son todos los días.
-Señor, usted ha sido como una hermano, un padre, hasta un amigo, desde que comenzamos esta división dentro del reino. El mismo Rey nos dejó el mismo mensaje a los dos, cuando nos llamó a esto. Luchamos para el mismo bando -espetó el Guerrero Dorado sin levantar la voz.
-Ya lo vamos a hablar... -dijo el otro, comenzado a salir de la carpa.
-Señor, tal vez sea hora que se pregunte porqué hago esto. Vos sos el verdadero responsable de lo que se hace acá. Nunca me dejaste hacerme cargo de lo que yo me tendría que hacer cargo, simplemente actuaste vos, sin consulta. No te preocupa como están tus soldados, solo si realizan su tarea o no. Nosotros, los que estamos al servicio del Rey, necesitamos alimentar nuestros cuerpos, nuestras almas. Yo entreno fuera de aquí, porque vos no me dejás hacerlo donde tengo que hacerlo. Y tal vez notes, que cuando uno vuelve de donde yo los llevo, vuelve mas fuerte que nunca.
El Guerrero Dorado dió varios pasos hacia el prente y clavó su mirada en la del otro. Ambos, llenos de sentimientos encontrados por el aprecio y odio que estaban sintiendo, dejaron sus ojos fijos en el otro.
-Piensa bien en lo que estás diciendo -espetó el otro.
-Piensa bien cómo estas sirviendo a tu Rey y a los que están a tu cargo.

El de Dorado entró al despacho del Rey y se inclinó.
-Es muy dificil servir junto a alguien que no piensa como uno -le dijó al Señor.
-¿Acaso quieres retirarte de este frente? -le preguntó el Rey, mientras se acercaba  y hacía que el Guerrero Doraro se ponga de pié.
-No, quiero que me de fuerza. Necesito tu paciencia, tu paz, tu perseverancia.
-Buscala en aquel que necesita tu perdón, hijo mío.
El Guerrero levantó la cabeza, miró a los ojos al Rey... y ambos brillaron con la fuerza del sol.

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