Servir, Misionar, Amar, Crecer...
Servir,
misionar. Es una forma de amar. Creo que hasta puedo hablar de la forma más
completa que conozco de amar. Cuando uno misiona, o sirve a Dios como
instrumento, se entrega completamente a ello. El alma se cansa a la par del
cuerpo, pero como el alma tiene esa energía divina que nos da el amor, sigue
adelante aunque el cuerpo diga basta. Por eso también Dios nos dotó del
cansancio, para poder frenar cuando las revoluciones se están excediendo. Con
el cansancio llega el mal humor, la desesperación, la angustia. Pero el cuerpo
sabe decir basta, el alma frena con nosotros y tras el descanso, volvemos al
camino. Ahora, el último tramo es el más difícil, y allí entra en juego esa energía
que tiene el alma, y el cuerpo, no. Nos da empujones, pero no desde nosotros
mismos, sino desde otros.
Misionar
es una responsabilidad. Cargamos un tesoro en nuestras manos, en nuestras
sonrisas, en nuestra fe. Ese tesoro es palabra, vida, es amor y fe, es
crecimiento. Cargamos una semilla que pronto se convertirá en fruto. Tenemos un
tesoro que no es nuestro, es de un Cristo vivo, que nos regala el privilegio de
cargar ese tesoro.
Servir es
vida. Es parte de nuestro tesoro, es aquello que florece antes de convertirse
en fruto, es esa fuerza que nos da el optimismo para seguir cuando no podemos
mas… es ese abrazo, ese aplauso cuando nuestro trabajo es con amor.
Misionar
es saber que somos instrumentos. Somos sembradores de tesoros, somos pala que
cava donde sembrar la semilla, somos rastrillo que acomoda la tierra, y
regadera que hidrata de vida. Somos tijera que poda cuidadosa y paño que limpia
el fruto. Somos instrumento de Dios, somos aquellos dispuestos a caer en sus
manos.
Servir es
estar dispuesto al designio de Dios. El Servicio no es siempre en el mismo
lugar. Tenemos que estar dispuestos a movernos, cambiar, adaptarnos, encontrar
nuevas formas de servir, nuevos objetivos. Dios habla en el viento, hasta que
no es fuerte o molesta, no lo escuchamos. Por eso hay que estar atentos a su
llamado, a donde estamos siendo enviados. Y no es malo sentir miedo, somos
humanos y tenemos derecho a sentirlo. Pero valiente es aquel que teniendo
miedo, lo enfrenta igual. Nuestro llamado es a ser valientes.
Misionar
es estar en constante oración. La Oración es nuestro alimento para el alma, con
lo que recargamos las energías. La oración es la forma en que nos diferenciamos
de una trabajador, porque justamente no somos trabajadores. Servir, Misionar es
al mucho más grande que un simple trabajo. Es crecer, llevarse el alma mas
llena de lo que se pretende llenar las otras. Para hacer esto a lo que nos
llaman, además, necesitamos una fuerza que no sale de otro lado más que del
alma misma. En nuestros corazones, en nuestro amor está la fuerza para seguir
adelante.
Servir es
ser fiel reflejo de María. Nuestro ejemplo es Ella. Humilde, silenciosa,
maternal y amorosa. La sonrisa en el rostro del servidor es reflejo de la
sonrisa de María a su hijo, el abrazo del servidor es transmisor del calor
maternal, y la mirada reflejará siempre la pasión del que sabe que al final el
bien triunfa. Quien tuvo más fortaleza en la historia de Cristo, que María
sabiendo que criaba al mesías que moriría para salvar a todos. Sacrificamos
nuestro tiempo, nuestros amores, nuestro cuerpo, tal como María, sabiendo que
nuestra recompensa es nada más y nada menos que la felicidad de un gracias, una
mirada, un abrazo.
Misionar
es trabajar en equipo. Solo no se puede. El trabajo del Misionero es tan grande
que solo nunca lo podrá hacer. Debemos confiar en el otro, y ser consientes que
el otro también está confiando en nosotros. Y por sobre todos tenemos que saber
que solo hay un capitán del equipo, y ese es Cristo actuando en cada uno de
nosotros. En un equipo cada uno cumple un rol, y somos responsables de cumplir
ese rol lo mejor posible, solo porque Dios nos designo a ello y sabe que tanto
podemos dar para ello.
El
Servicio es Silencio. No necesitamos reconocimiento, no necesitamos mostrarnos.
El servidor actúa oculto, sin miedo a ser visto porque al final solo importa el
amor con que se lo hace. En ese silencio hay un grito de amor, un rezo
constante, un canto a María. En ese silencio, está la esencia del servicio.
Porque al final quien nos reconoce, y el único que importa que nos reconozca,
es Cristo.
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