Crecer

Entonces se acercó el pequeño y le preguntó:
-¿Cómo llego a ser como vos?
-Vos nunca tenés que ser como yo –contestó Él, inclinando la cabeza para poder mirarlo a los ojos-. Vos tenés que ser más grande, más honesto, más humilde, más como él.
Señalaba una foto enmarcada en madera y oro, alto sobre un estante.
-¿Quién es? –preguntó el pequeño.
-Él fue quien me creó-. Le explicó-. Yo era más grande que vos, pero menos fuerte y tan humilde. Él me estaba enseñando a volar en ese tiempo, y de un día a otro se tuvo que ir a cumplir una misión más allá de este mundo.
-¿Allá donde querés llegar vos sin irte?
-Él se fue más lejos aún.
-Y todavía no volvió.
-No, su misión es muy larga. Tanto que ni tus hijos lo verán volver.
-Y los dejó solos –se entristeció el pequeño al pasar ese pensamiento por su cabeza.
-No, nunca nos dejó. Y además me dejó algo preparado para cuidarlos a todos.
-¿Qué te dejó?
-Yo no llegué a ser el que soy hoy solo. Él es el máximo responsable de mis riquezas.
-Pero si no somos ricos…
-Yo lo soy por tenerte. No es necesario ser de diamante u oro para brillar.
-No entiendo, tío…
-Yo no lo entendí hasta que te tuve…
El pequeño se quedo mirando sin terminar de entender, pero sonrió al ver el rostro del Águila Dorada.
-Entonces, yo tengo que ser como él –reflexionó el Torito.
-Para llegar a ser así, nunca dejes que te contamine mi soberbia…
-Pero tío, entonces ¿cómo voy a saber cómo fue él?
-Preguntáselo.
-¿Cómo?
-Cuando soñás él te cuida.
Entones el pequeño salió corriendo con una enorme sonrisa en el rostro.
-¡¿A dónde vas?! –le gritó el Águila.

-A soñar…

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