El deseo de no ser





Las luces estaban apagadas, nada perturbaba la oscuridad. las nubes tapaban la luna y el fuego estaba totalmente extinto. No tardaría mucho en comenzar a llover. Sin embargo, los ojos estaban acostumbrados a la noche, se distinguía la distancia entre un árbol y el otro, los arbustos y aquel animal que se movía tan despacio por entre las ramas.

Él también me podía ver. Yo lo sabía y él también. Ambos nos medimos antes de darnos cuenta que si atacábamos sería en vano. Durante un tiempo nos quedamos inmóviles, luego supe que podía seguir mi camino.

Me seguía. Para colmo, yo estaba lejos de llegar. Escuchaba sus pasos, lentos y constantes como los míos. Deduje que tenía cuatro patas, pero cada tanto me parecía que caminaba en dos. Su respirar era profundo y bufaba cada tanto, como avisándome que todavía estaba allí.

Comenzó a llover. Mis ropas se volvieron pesadas, pero estaba seguro que su pelaje lo era mas. Un relámpago nos frenó a ambos, pero enseguida seguimos camino. Pasaron horas y horas, hasta el punto en que me había olvidado que estaba siguiéndome aquella bestia. Cuando lo recordé, giré para buscarla y pequeña sorpresa me llevé.

La bestia era alta y se erguía con poder e impotencia. Tenía pelo por todo su cuerpo y sus ojos destellaban algo perverso. Sin embargo, la sorpresa estaba en el colgante de su cuello. El relicario llevaba mi foto, tal como el de.... tuve miedo.

Un rayo cayó cerca, sobre un árbol. El Fuego ahora lo iluminaba todo. Noté no solo el relicario, sino también aquella cicatriz en su rostro peludo. Le faltaba un ojo, por lo que supuse que estuvo mucho tiempo perdido y de manada en manada. Ahora entendía porqué me seguía, pero no podía permitir que llegue hasta la comuna.

Saqué mi espada y me dispuse a atacarlo, pero él solo re arrodilló. Deseaba que lo maten, y tal vez por eso estuvo bagando tanto tiempo.
-Deseas la muerte a vivir así -dije en voz alta.
Él rugió con tristeza y una lágrima se perdió entre su rostro peludo.
-¿Quien es tu amo? ¿Quien te mordió?
Me miró fijo y entendí que quien lo había mordido ahora estaba muerto, él mismo se había encargado de matarlo.
-No podés volver a tu forma humana... No quiero matarte, no mataré a mi hermano. Sos consiente de tu condición y nunca atacarías a nadie.
Entonces se puso de pié y gritó con furia. Se abalanzó sobre mí y no lo pude evitar. La sangre corría por mi espada lentamente, directo desde su corazón. Su aliento, frente a mi rostro, poco a poco se apagó.
                                                                                                                                             Facundo R. Santos

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